El desenlace de una película o una serie puede ser previsible o imprevisible. Puede ser feliz o trágico. Lo que no debería ser es inorgánico. Que sea previsible no necesariamente es un defecto, en la medida en la que esa previsibilitud responda orgánicamente a su desarrollo y se presente como el único desenlace posible. En ese caso, algunos objetarían la ausencia de sorpresa pero, probablemente, la mayoría de los espectadores saldrían satisfechos de esa experiencia porque el resultado respondería al recorrido que muchos espectadores elaboraron en su mente.
El final de Game of thrones fue decepcionante para la mayoría de los espectadores, quienes recurrieron a las redes sociales para descargar su indignación, como ya lo habían hecho a lo largo de los seis episodios de la última temporada. Muchos de ellos, fans y lectores devotos de la saga inconclusa, al menos hasta ahora, de George R. R. Martin, venían objetando la serie desde que dejó de ser una adaptación de los libros y avanzó en aquellos volúmenes que Martin aún no publicó.
La principal crítica que obtuvo esta temporada final es que avanzó intempestivamente, sin responder a la progresión de los acontecimientos que venían ocurriendo en las temporadas anteriores, como si los guionistas estuviesen apurados por terminarla o como si la necesidad de producción de hacer una temporada final de sólo seis episodios, aunque extendidos, hubiese presionado sobre la narración.
Así se llegó a una Daenerys, heroína y libertadora hasta casi el final, que, súbitamente enferma de poder, arrasa King’s Landing y adopta la locura de su padre.
Luego de ver a su amada reina masacrar un pueblo entero, Jon Snow (sobre quien, durante toda la serie se presentan los elementos necesarios para que el espectador asuma que es el héroe principal del relato) debe decidir qué hacer con ella, si seguirla en su locura de poder, o traicionarla en pos de defender sus nobles valores.
En una conversación previa al desquicio de Daenerys, Tyrion, Sansa y Arya intentan convencer a Jon de que asuma su rol de legítimo heredero del trono. Su carácter habitualmente inmutable y su dificultad para asumir el protagonismo, sumado a su devoción por la reina lo llevan por el camino equivocado.
Pero luego de ver el comportamiento desquiciado de ella se presenta como algo lógico que Jon la asesine, buscando detener su locura y evitando así que Tyrion muera ejecutado por traicionarla (algo que debía haber ocurrido con anterioridad pero nadie quería ver morir al mejor personaje de la serie).
Ahora bien, si el desenlace trágico de esa historia de amor es lógico y la acción final de esa escena, con el dragón quemando el trono luego de ver morir a su madre, es épico, lo que viene después es un tanto vergonzoso.
Como el asumir su acto heroico lo deja a Jon Snow en un callejón sin salida, porque la lógica indica que, muerta su libertadora, los otrora esclavos lo habrían masacrado, David Benioff y D. B. Weiss (coguionistas de la serie y directores del último episodio) optan por hacer una elipsis torpe, justificada de manera pueril, y pasar a un consejo donde se termina decidiendo, casi como un deus ex machina y gracias a la sugerencia de Tyrion seguida casi por unanimidad, que Bran sea el rey de los ahora seis reinos, y el pedido de Sansa de independizarse y quedarse con su reino.
Este consejo parece la cristalización de una mesa de guionistas donde se decide cuál es el desenlace que debería tener la serie, lo cual rompe con la idea de un final orgánico, que responda a una sucesión lógica de los acontecimientos.
¿Está bien que el final traicione lo que la mayoría de los espectadores ansiaba para la serie? ¿Es el final que debían tener todos los personajes? El problema no es la imprevisibilidad en sí sino la herramienta inorgánica con la cual se llega a ese final y el hecho de que todos los elementos lleven a pensar en un final diferente y no se hayan presentado a lo largo de la serie elementos que justifiquen narrativamente a Bran como heredero del trono.
La imprevisibilidad es así la consecuencia de una historia cerrada a los tumbos después de ocho temporadas. Esto da lugar a que muchos fans intenten justificar el final argumentando con hechos que sólo ocurrieron en la mente de ellos y que jamás fueron sugeridos en la serie.
La pelea entre guionistas y espectadores es una constante en productos de consumo masivo. A la decisión de Alberto Migré de terminar la telenovela Piel naranja (Canal 13, 1975) con un marido despechado (Raúl Rossi) asesinando a la pareja protagónica (Marilina Ross y Arnaldo André) y muriendo luego de un infarto, quebrando así la consumación del romance clandestino, le sucedió un cúmulo de señoras indignadas insultando y arrojándole baldazos de agua a Migré los días siguientes.
Pero un desenlace trágico no necesariamente es inorgánico por más que no responda al final feliz que el espectador desea por defecto cada vez que se dispone a consumir una obra de ficción. De hecho, Migré argumentaba que la historia de esa pareja inevitablemente debía terminar en un desenlace trágico. Ese desenlace, de acuerdo a su concepción, no era algo sorpresivo sino natural.
En la actualidad, el problema no radica en el viejo pedido de los espectadores de que los autores respondan a una suerte de contrato tácito con ellos de entregarles un final «feliz». Evidentemente, el espectador del siglo XXI se ha sofisticado y sabe reconocer cuando el desenlace, feliz o trágico, no responde a la naturaleza orgánica del desarrollo de los acontecimientos, cuando una historia fue cerrada intempestivamente y cuando no se han presentado los suficientes elementos que justifiquen dicho final.
Está claro que el guión es la clave para que los productos audiovisuales, con mayor o menor presupuesto y despliegue visual, impacten positivamente en espectadores cada vez más ávidos y demandantes de consumir excelentes obras de ficción.
El actor al que se vio que no pudo resolver lo que tenía que interpretar, fue Gusano Gris. Porque sencillamente era imposible hacer orgánico lo que le habían escrito en el guión. Con respecto a Bran creo que quedó claro que lo que se propuso, no era ver quien era el heredero, sino definitivamente romper la rueda. Y en eso si hubo coherencia.
¡Excelente artículo!
Muy bueno!
Valoro que hayas citado a Migré y no a los Avengers o El Señor de los Anillos, que es la ensalada rusa comparativa en la que cae la mayoría de las críticas que he leído.
Coincido con que la previsivilidad no está atada a un mal argumento si la siembra es coherente para ofrecer una trama sólida.
Como fan devotan de GoT desde el inicio y en dosis semanales, quiero sólo aportar que la última temporada me resultó sobre todo hilarante. Hubo tantos errores básicos guionales que me generaba curiosidad como sobreestimarían al espectador en próxima entrega.
Me queda para el recuerdo casi una década de aventuras medievales que me acercaron a mis libros infantiles de Arturo, Excalibur y la magia… Y ya sólo por éso estoy agradecida.